Fuera, en el exterior, caía una lluvia torrencial. De éstas
que calan hasta los huesos. No habían visto llover de esta manera en el reino
durante años. Es por eso que Lana había pasado toda la tarde encerrada en el
interior del castillo. Después de varios minutos sentada en una silla de
palacio (¿o quizás habían transcurrido horas?), llegó a algo en claro.
Agobiada. Desanimada. Sin fuerzas. Así es como se sentía.
Llevaba ya mucho tiempo tirando del rey. En aquel reino
alejado de la gran ciudad todo era un caos. A la más mínima, todo se
derrumbaba. Es como si pasase un ciclón, cada cierto tiempo, que el rey
permitía que se lo llevase todo por delante.
Lana ponía de su parte para que las cosas volvieran a su
cauce. Pero no era una superheroína. Ni lo era, ni pretendía serlo.
Quería disfrutar de su vida. Y aunque había trabajado de la
mano del rey durante mucho tiempo, no podía vivir por y para él.
Se sentía un poco desanimada, porque habiendo visto el rey
como trabajaba durante todos estos años, aún le cuestionaba ciertos asuntos. O
no la creía directamente. A la más mínima, cambiaba de parecer.
¿Sería a causa del ciclón que rondaba la ciudad a menudo?
Lana no lo sabía. Ni le importaba. Quería hacer las cosas bien. De un tiempo a
acá creía ser lo suficientemente transparente para el rey.
Cada día iba perdiendo poco a poco la esperanza, las
fuerzas. Ya poco le animaba a seguir adelante. ¿Para qué emplear su tiempo en
construir un reino que se vería devastado por el ciclón tarde o temprano? Lana
ya estaba cansada. Ya no quería luchar más...
Bonita historia.
ResponderEliminarEn algún momento a todos nos fallaron las fuerzas, pero hay que disfrutar el momento :)