jueves, 26 de abril de 2012

Paul accedió finalmente a una habitación oscura. Su corazón crepitaba arrítmicamente debido a la excitación y al miedo que sentía. Allí no se veía nada, salvo unos destellos brillantes que provenían del final de la sala. Se acercó titubeante, sin saber bien todavía cual era el foco de aquel extraño resplandor.

De entre las sombras apareció una desconocida. Fue entonces cuando Paul cayó en la cuenta: los destellos no provenían de sus ojos como se podía haber imaginado. Sino que procedían de unos añadidos incorporados a su fina boca.

En esos momentos, el joven sintió la necesidad imperiosa de probar los labios de la chica. Se acercó, la tomó por el cuello dulcemente y le robó un beso. Paul hizo un gesto de desaprobación debido al frío de sus labios. Volvió a probar y de nuevo había una barrera que los separaba. La miró a los ojos y vio que tenía un brillo diferente en la mirada. Una tristeza que él se moría por descubrir. Pero había algo que le cegaba más que el brillo de sus delicados ojos. Debía hacer desaparecer esa barrera. Ni corto ni perezoso le rogó a la desconocida que se quitase los añadidos metálicos. Ella, decidida, no tardó ni un minuto en hacerlos desaparecer. Y acto seguido se fundieron en un cálido beso que iluminó toda la sala.





Lástima que solo fue un sueño...

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